06 septiembre 2012

Servicio Secreto


Por Federico Aicardi

Ya hace años que en ciertos instantes inútiles de mi existir se me viene siempre la misma pregunta, un interrogante que me inunda como el agua que se precipitó en el camino hacia el trabajo sobre mi campera color verde musgo gastado (es como un verde musgo que se vio atropellado por años de uso), es una idea que no puedo resolver y que es tan insignificante resolverla como la resolución del cubo mágico: ¿qué pasa cuando no pasa nada? ¿Pasa algo? ¿Existe el tiempo muerto o el tiempo es inmortal y nos asesina con la velocidad de una babosa? No sé, realmente es inentendible e inabarcable, es que pasamos años esperando al dentista, aguardando el colectivo, impacientándonos por la llegada de esa chica que conocimos el sábado a la noche y nos cayó bien. Lo único que nos mantiene cuerdos y sanos es que sabemos que el dentista nos va a atender, que el colectivo va a llegar y que esta piba va a venir (y si no viene nos volvemos para casa). ¿Pero qué pasa cuando esperamos algo que no llega, que no aparece y no podemos movernos de ese lugar?
Servicio secreto, última obra del dramaturgo Juan Pablo Giordano, nos introduce en la historia de Aldo y Jorge, dos ex policías de la bonaerense devenidos en custodios de un empresario (palabra que no significa nada y determina mucho) que deben esperar a su jefe encerrados en un cuarto con persianas que cubren una única ventana. Por esa ventana ellos pueden ver al empresario hacer todo lo que ellos no pueden, por falta de dinero, por falta de suerte o porque simplemente son empleados. Así, mientras su jefe se enfiesta con cuanta mujer pasa por su oficina, Aldo y Jorge, esperan y tratan de llenar este tiempo con lo que tienen a mano.
La obra, protagonizada por Ignacio Amione y Fabio Fuentes y dirigida por Paula García Jurado, es un tratado sobre la nada, sobre el vacío de dos personas atadas (literalemente en el caso de Fuentes) al dinero de un ser poderoso que determina cuándo pueden salir de su encierro. Y es que este ser es tan poderoso que se pasa las horas gozando de lo que no pueden gozar ellos y se los demuestra constantemente. Así, la desesperación de los custodios crece constantemente y lo único que se puede esperar es lo terrible.
Giordano logra un texto sinuoso, que serpentea por los huecos del horror, por las capacidades ilimitadas que tenemos los seres humanos cuando nos encontramos huérfanos de un objetivo, cuando no sabemos qué hacer para que nuestra vida no sea nada más que un cúmulo de minutos que por azar nos tocaron entre tal y tal año.
Pero las palabras son vacías y no comunican nada por si mismas y el trío Amione, Fuentes, García Jurado han explotado con la fuerza con la que cae una tonelada de algo sobre el ser más minúsculo del planeta. Así, la dramaturgia de Giordano se ve habitada de cuerpos abúlicos que contienen la furia del oprimido. Aldo y Jorge son bombas de tiempo encerradas en el eterno pesar de lo intrascendente. Los actores y su directora logran que la situación sea desesperante y que los desespere a los personajes. No son más que eso, dos seres que esperan porque lo tienen que hacer mientras otro vive su vida. Aldo y Jorge son nuestros Vladimir y Estragón vernáculos y lo más terrible es que no tienen nombres ajenos, no se llaman Vladimir y Estragón, se llaman Aldo y Jorge como se podrían haber llamada Carlos y Ricardo, Pablo y Esteban o como yo, sí, como yo, como nosotros. Y eso es el núcleo del horror, la existencia de la posibilidad de estar a cinco minutos de ser Aldo, de ser Jorge, de ser dos seres que esperan algo por obligación, de ser bombas de tiempo encerradas en el eterno pesar de lo intrascendente, de explotar, y una vez que explotamos ya nada queda de nosotros.

Si no pudiste escuchar la nota con Fabio e Ignacio en vivo... escuchala más tarde.

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